Toda mamá ha sentido en algún momento cómo algún miembro de su familia, ya sea la de orígen o la política le ha invadido en su “terreno” y es que una cosa es que se necesite a la familia: se necesite su apoyo, su arropo, su protección, etc, y otra muy distinta son los consejos no pedidos, las críticas a una manera de hacer o de pensar en lo que respecta a tu hijo/a, el “esto antes se hacía de otra manera”, el “dejame a mi que yo he tenido cuatro hijos”…
Por desgracia, hoy en día esto es muy habitual pero podemos aprender a controlar estas situaciones aprendiendo a comunicarnos en asertividad para que la otra persona entienda qué queremos y cómo. Además, debemos aprender a decir “no” ya que es otra de las claves que nos hará poner los límites que necesitamos para con los nuestros. Pero esto no funcionará correctamente si antes no hemos hecho un trabajo previo en nosotras mismas, sabiendo en todo momento qué tipo de maternidad queremos llevar, es decir, trabajar la seguridad en tí misma.
Y es que poner límites no es una cuestión sencilla y menos cuando a quién necesitamos ponerles estos límites son personas tan cercanas, tanto a nivel físico como emocional. La familia es el primer sistema social al que pertenecemos, es nuestro origen, nuestras tradiciones, nuestro pilar emocional, etc. Por ello, quizás sea a veces más complicado poner límites a miembros de tu familia que a un extraño, debido al sentimiento de cariño que nos puede unir.
Nos da miedo hacer daño, herir a una persona querida sin darnos cuenta de que al no poner los límites necesarios, estamos haciendo todo lo contrario a lo que deseamos ya que si un determinado comportamiento no nos está siendo agradable, qué mejor excusa que la del cariño para que con templanza, sutileza y determinación sepamos hacer entender a la otra persona que no puede seguir actuando así y, finalmente, no derivar en un conflicto mayor o que se estanque y que pueda llevar a estropear la relación.
Bien es cierto que no es lo mismo poner límites a tus padres o hermanos, por ejemplo, que a tus suegros. Y es que, en muchas ocasiones, no se ve de la misma manera la familia de orígen propia que la familia de origen de tu pareja. En cierto modo esto puede resultar lógico ya que no has compartido con estas personas lo mismo que con tu familia de origen: una crianza bajo el mismo techo, unas vacaciones juntos en tu infancia, la adolescencia y primeros amores, etc. Pero además de las vivencias compartidas y la evolución como persona, hechos que nos hacen sentirnos vinculados a ellos, está también el cariño y el afecto que se ha ido fraguando durante, evidentemente, mucho más tiempo que con tu familia política.
Entonces, ¿esta diferencia que puede producir a la hora de poner límites? Por un lado, cuando hablamos de la necesidad de poner límites es porque sientes invadido un espacio personal y por ello, no sentirás invadido ese espacio de la misma manera si se trata de tu madre o tu padre, por ejemplo que si se trata de tus suegros. Estos últimos, por falta de confianza, menor cariño, distancia emocional, etc, les sentirás más fácilmente como elementos que invaden. Por lo tanto, aquí podríamos tener diferentes “varas de medir” o “listones más altos o bajos” en función de quién tengamos enfrente. Por otro lado, el cariño, el afecto y la sensación de pertenencia a tu familia de origen como grupo social primario y de referencia, pueden ser contraproducentes en este sentido. Es más complicado poner límites a un conocido que a un extraño: cuando te estás echando la siesta y te despiertan llamándote por teléfono para ofrecerte la última oferta de telefonía móvil, eres más capaz de contestar de manera más cerrada el “no, no me interesa” y colgar para continuar con tu sueño. ¿Te ves contestando de la misma manera si quién te despierta es tu hermana? Cuando entra en juego el cariño y la confianza, el reto de poner límites se vuelve más complicado ya que puede resultar más fácil “parar los pies” a tu cuñado que a tu hermano, solo por el simple hecho de que los sentimientos harán que la permisividad resulte engañosa.
En resúmen, a la hora de poner límites, la diferencia entre ambos tipos de familias producirá por un lado que el espacio no sea invadido de la misma manera y que la confianza no permita una fluidez en la marcación de estos límites.
¿Cómo sobrellevar este planteamiento? Es extraordinariamente importante que la pareja esté en una gran sintonía, que hayan formado ellos mismos, por sí solos, una familia propia y que hayan sido capaces de formular sus propios valores y acuerdos. Si esto no es así, se puede correr el riesgo de no entendimiento entre ambas partes, choques de familias de origen y desacuerdos en la propia pareja. Asentar las bases antes de la llegada de un bebé es la clave para comenzar la maternidad desde un punto de vista sano en todos los conceptos y el de los límites es uno de ellos. En ocasiones, y pese a tener esta base realizada, es posible que nos encontremos en determinadas vivencias con hijos e hijas con una determinada edad en la que no hayamos hablado previamente de cómo afrontar un hecho. En este caso, debemos sentarnos con nuestra pareja y exponer la situación, con tranquilidad y sin reproches, mostrando los sentimientos que nos produce la nueva situación y cómo la estamos recibiendo por parte de la familia de nuestra pareja y así poder buscar juntos una solución. Buscar en el otro a una aliado, no a un enemigo más a la lista, hará que la familia que habéis formado esté más fuerte y estable, poniendo límites familiares, no personales.
Mención aparte, y no menos importante tiene el hecho de que en ocasiones, por malas relaciones estancadas con tu familia de origen, con la familia política has llegado a entablar una relación quizás mucho más afectiva. Esto es menos habitual pero por otro lado, nada raro. Si esto es así, deberás construir un puente entre tu familia de orígen y la que has creado tu, tomando las riendas de la situación y siendo tu la que maneje los acontecimientos. Si el que se encuentra en esta situación es tu pareja, no debes aprovechar la ocasión para separar aún más ya que esto no os producirá nada sano y, finalmente, estamos hablando también de la familia de vuestro hijo o vuestra hija.
Aprender a poner límites es un ejercicio sano a nivel personal y familiar además de que construye unas bases fuertes en torno a la pareja y a la familia que habéis creado. Aunque en muchas ocasiones no resulta fácil, hay que verlo como una oportunidad para mejorar y crecer como familia unida ya que al igual que tú respetas las normas que hay en casa de tus padres, por ejemplo, ellos deben aceptar las normas que ahora tú tienes en tu casa, con tu pareja y con tus hijos e hijas. Y no por ello, nadie debe sentirse mal, es asumir que las familias van creciendo, se van mezclando, van evolucionando y siempre será mejor hacerlo en un ambiente en armonía que en un sitio que nos haga sentir incómodos.