LA DISCIPLINA POSITIVA EN ADOLESCENTES

Hasta la llegada de la pubertad, el crecimiento de nuestros hijos y nuestras hijas, su peso y su talla habían sido sin sobresaltos, de una forma gradual. En la pubertad, queda roto este ritmo de crecimiento estable produciéndose entonces lo que comúnmente llamamos «el estirón».

Este «estirón» o llamativo crecimiento acelerado, que se da en un período de tiempo relativamente corto, sorprendiéndonos a todos y marcando un antes y un después en sus vidas y en nuestra relación con ellos y ellas, viene motivado por una mayor producción de hormonas que dependiendo de las características personales (biológicas) de cada uno y de cada una, se producirá más tarde o más temprano, pero siempre en el primer periodo de la adolescencia o adolescencia temprana, alrededor de los 11 y los 14 años.

Si bien este intervalo de tiempo (entre los 11 y los 14 años) lo podemos considerar como la referencia temporal del «estirón», debemos fijarnos en dos hechos:

El primero de ellos se refiere a que nuestra hijas terminan este proceso de crecimiento acelerado alrededor de dos años antes que nuestros hijos varones. Siendo su maduración biológica, más temprana que la de ellos.
El segundo hecho a considerar es que el tiempo de desarrollo del crecimiento acelerado varía y a veces de forma notable según cada individuo.

En nuestras hijas la edad media en la que se producen los cambios de la pubertad suele ser alrededor de los 13 años, situándose el 90% de ellas entre los 11 y los 15 años.
En los chicos, generalmente cabe afirmar que la pubertad comienza dos años más tarde, sobre los 14-15 años, iniciándose en cualquier caso los primeros cambios del estirón en la mayoría de los niños entre los 12 y los 13 años.

No sólo les cambia espectacularmente el cuerpo a nuestros hijos adolescentes, también se produce otro cambio espectacular: cambia su pensamiento y su lenguaje; su forma de percibir, ordenar y expresar la realidad. Antes, cuando era niño o niña, su pensamiento sólo era capaz de manipular objetos, pensar sobre aspectos concretos y utilizaba una lógica elemental (clasificación, numeración). El adolescente alcanzará ahora el último estadio de la inteligencia humana: el pensamiento abstracto.

Ahora nuestro hijo o nuestra hija adolescente ya no solo maneja cosas sino que ahora maneja «ideas», acaba de irrumpir en su vida a través de su pensamiento el «mundo de las ideas», un mundo nuevo que lo atrapará y seducirá apasionadamente. Nuestro hijo o nuestra hija un poco antes podía amar a su peluche y rechazar violentamente la oscuridad, ahora puede amar la «justicia» y odiar «el hambre en el mundo», definitivamente su pensamiento ha dejado de depender de la realidad más concreta y cercana para poder trabajar con pensamientos abstractos.

¿Qué podemos hacer ante esta situación?

El primer paso es entender lo que está pasando, el segundo será aguantar el tirón con calma, cosa a veces difícil por la capacidad del adolescente para hacer que sus padres «entren al trapo» a discutir la desfachatez de sus argumentos y pierdan los nervios. Pero lo que sí podríamos tratar de hacer es utilizar su «apasionamiento por la polémica de las ideas» para tratar de que sea habitual el analizar las cosas con ellos y con ellas, generando una costumbre de «saludables encuentros dialécticos». Poco a poco podría de esta forma generarse el sano hábito de la discusión familiar sin gritos ni exceso de apasionamientos.

Si preguntamos a los padres y madres sobre el rasgo de conducta que desde su punto de vista mejor define a sus hijos e hijas adolescentes, la inmensa mayoría contestaran que la rebeldía. El oposicionamiento a todo aquello que tenga que ver con nuestros deseos o recomendaciones en relación a su modo de comportarse. Siendo este oposicionismo continuado la causa del mayor motivo de estrés en los padres y las madres durante esta difícil época para ambos.

La inmadurez de los y las adolescentes es la del que sin ser capaz de valerse por sí mismo ni por sí misma siente la necesidad de hacerlo. Por ello, es imprescindible que les dejemos navegar, no podemos meternos en el círculo vicioso de que la relación con nuestros hijos y nuestras hijas adolescentes sea en términos de desafíos-prohibiciones continuas. Proteger sin agobiar.

Principales motivos de discrepancia:

La reivindicación de la independencia.
La obediencia y el respeto a los adultos.
La hora de llegar a casa.
La forma de vestir.
El orden en su habitación.
Los estudios.
Salir con chicos y chicas.
La cantidad de la «paga».
El cuidado y la higiene personal.
Las broncas con los hermanos y hermanas.
Exigencias de compras de artículos de consumo.

Si sientes que tu hijo o tu hija no te escucha, es el momento de trabajar en la comunicación conjunta de toda la familia.

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